jueves, 2 de mayo de 2013

All those moments will be lost on time, like tears in rain

Cada viaje era una huida. Esa era su verdad, su única certeza. Hubo un tiempo en el que clamaba convencida de que viajaba porque la apasionaba, por la necesidad inevitable de perderse en lo ajeno, en las lenguas incomprensibles, en los olores recién conocidos, en las curiosas costumbres, en la hospitalidad gratuita y reconfortante de los autóctonos que siempre le ha sorprendido, sobretodo si es el Norte.

Hubo un tiempo en el que no se lo pensaba dos veces para coger las maletas y andarse a caprichos el mundo.

Cada par de calcetines empaquetado, cada bolsita de plástico envolviendo líquidos de no más de 100ml, cada sobrecito de azúcar roto, o la caricia de las yemas de los dedos sobre la rugosa superficie del billete. Cada tic tac del reloj apresurando, cada vez era una nueva aventura, un nuevo emprender, un renacer.

La maleta hecha, rodando, el pasaporte sobre la cama, casi olvidado. El taxista recogiendo las monedas.

Atención, por favor, atención

Pasajeros del vuelo KL3714

Cuiden sus pertenencias

Duty free

La maleta rodando por los pasillos ennegrecidos de la terminal. En el movimiento constante e imparable de la cinta mecánica veía claramente el fluir de aquellos recuerdos tiernos de sus primeros viajes.  ¿Se alejaban de ella? ¿También huían?

Cada viaje no era sino una huida, siempre lo había sido. Huir del fracaso en un examen, huir de un amor quebrado, huir de la dejadez de un amigo, del calor en las aceras, del rumiar acartonado del telediario o del beso pastoso de la abuela, a un lado, a otro, ¡Uy, mi niña, cuanto has crecido!. Huir del paso inagotable de lo mismos peatones sobre las mismas calles.

Huir del rostro lastimero de si mismo.

Múltiples huidas hacia una realidad más amable.

Siempre había huido, siempre sigue huyendo.

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