domingo, 26 de enero de 2014

الليالي العربية

Nos amamos a través del silencio de los pliegues de nuestra piel. Nos conocemos en las suaves transpiraciones de nuestros ojos, de nuestros ronquidos a medias. Te extraño en tus contemplaciones azabache, en tus dedos perfilando la silueta de mis labios, en el olor de tu cuerpo. El amor, como cualquier otro sentimiento, es un estado de ánimo y el nuestro se hincha, flota como las burbujas que tanto te gustan, el nuestro es joven y contento. Me fuerzo a hablarte, a encontrar historias trepidantes que te gusten; tengo miedo de aburrirte.

Pero en lugar de eso me pierdo en la cadena de besos que rechinan y me pueden las ansias, me puede una pasión sin frenos que tengo ganas de manosear, masturbar, desparramarla entre gemidos de placer, hacerla llegar al orgasmo una y otra vez hasta los límites de su existencia.

Quiero agotarme en tí, contigo, en tu lengua que no entiendo, en nuestras frases de babel que tenemos que repetirnos mutuamente sin acabar de comprenderlas. Quiero faltarle el respeto al diálogo reemplazando las palabras por el alma. Quiero sentirte dentro, sentirte en mis manos enredadas en tu pelo, sentirte en mis pezones, en mi clítoris, en el grito de mi orgasmo. Quiero desbordarme de tu tacto.

Y ante tí me muestro, desnuda, sin ropas de fiesta, sin pintura en la cara, sin alajas. Me muestro en mi puro ser de recién levantada por la mañana y tú me abrazas. Nos hemos saltado la primera parte del protocolo de los romances, el actuar con mesura de opiniones, el mostrarse espléndido como nunca, el tanteo de la curiosidad. No lo hecho en falta. Ya te he pensado suficiente antes.

Los dichosos rastros

Me asaltan los rastros de mi inminente partida. Son como el polvo que uno se empeña en limpiar para cinco minutos mas tarde encontrárselo de nuevo panza arriba en una mueca burlona. O la ropa del escaparate, apelotonada a la fuerza que un buen día decide vengarse derribando las puertas del mueble y aplastándote con todas sus fuerzas. Los rastros son como los objetos desparramados por la habitación que uno va sorteando hábilmente hasta alcanzar la otra punta. Intento pensar en otra cosa, distraer mi mente con los programas de televisión de mi divagación. Intento trabajar aferrada a la responsabilidad de hacer algo productivo. Sin embargo tropiezo con los rastros desparramados por la habitación cuando llega la noche y se apagan las luces. Me encuentro con el asalto de la coalición de ropas vengativas cuando me echo a tu abrazo. Veo a trasluz el polvo insolente acumulándose sobre los muebles cuando escucho los cantos sufíes de la arena.

Quiero incinerar cada puñado de rastros, elevarlos en cuerpo y alma a los cielos, hacer que abandonen la faz de mi existencia. Quiero desligarlos de la pasión que nos sucumbe.

Quiero olvidar que yo me voy y tu te quedas.