domingo, 1 de diciembre de 2013

La guardiana del segmento

Se imponen las reglas. Ellas llegan, con la cabeza bien alta, cargadas de rodillos del tamaño de titanes. Son invencibles, lo saben, lo anuncian a gritos en cada centímetro que pisan con cada uno de los gramos del peso de sus pasos. Reglas. Bienvenidas. Piadosas heroínas siempre a tiempo para salvarnos. Dos más dos y etcétera, lógico ergo válido. Y así andamos, unos tras otros, en una fila perfectamente delineada por las reglas al frente, las reglas a la cola, barnizando con sus titánicos rodillos de conductas nuestros actos. Buenos días, permiso, gracias, inconsciencia de la buena educación perfectamente implementada.

Reglas, 90 grados exactos. Si yo no llamo tu no llamas y tu no llamas porque yo no llamo y a la primera cita ni se te ocurra pasar de un choque de manos o como mucho un par de besos y/o un abrazo y adiós a las 12 como cenicienta no sea que pierdas los zapatos. Los dos. Y tengas que volver a casa acribillándote los pies por el camino de cristales. Y.

Las reglas nos sostienen erguidos, mirando al frente, avanzando. No importa si nos perdemos el paisaje de los lados, o nubes negras se agolpen sobre nuestras cabezas, siempre y cuando miremos al frente en la linea del progreso y no nos tropecemos. Caernos nos haría cambiar la perspectiva. No necesitamos ver las cosas de otro modo.

Así que está bien, juguemos, ajustémonos a las reglas, dejemos que el orden juegue por nosotros. Es lo más cómodo.